Mi adiós al Diario As

Soy muy malo para la nostalgia, para mirar atrás. Ni en las relaciones personales, ni mucho menos en las laborales, echo de menos lo que dejo. Cuando tomo una decisión es con todas las consecuencias y entre ellas suelen destacar la ausencia de remordimientos. Acierte o me equivoque, no me da pena lo que se ve en el retrovisor.

Por fortuna, jamás me han despedido de ningún trabajo. Eso ayuda a la paz de espíritu, porque cuando me voy de un sitio es porque quiero. Me sentí así, sobre todo, cuando decidí abandonar La Nueva España, porque allí tuve seis años y medio de absoluto placer laboral. Sin un asterisco. Gracias a mis jefes, a mis compañeras, a mis amigos del resto de medios en la comarca y a la sociedad sobre la que informaba (que es la mía), puedo decir que alcance ese imposible de amar mi día a día. Si cuando aparté aquello de mí no me dolió ¿que podría dolerme abandonar?

En efecto: nada.

Por eso ahora tampoco me duele dejar el Diario As. Porque es una decisión tomada a conciencia y porque sé que mi tiempo ahí se acabó. Y eso que, como en La Nueva España, he vivido algunos de los instantes más satisfactorios de mi desempeño profesional.

Me voy porque quiero apostar por mí mismo. Porque quiero que PepeDiario carbure y creo que para que lo haga es necesario poner toda mi atención, empeño y recursos en él. Una mujer mucho más lista que yo siempre me dice que poner el foco en cualquier asunto, ponerlo de verdad, lo mejora una barbaridad. Y tiene razón.

No me voy, en absoluto, porque esté a disgusto con el Diario As o porque hayan surgido problemas de índole personal. De hecho, lo que sigue a continuación es eso tan pesado, cutre y ñoño, que responde a la definición de lista de agradecimientos. Tengo muchos que dar.

En julio del año 2014 desembarqué en Madrid con una mano delante y otra detrás. Sin trabajo ni expectativas al respecto. Llevaba, junto a José Luis Rodríguez-Mera, una web de deporte llamada Sillonbol y, como tenía tiempo de sobra, empecé a grabar un podcast diario polideportivo bautizado como Silloncast. El objetivo era que me sirviera de curriculum, no que me escuchara nadie. No valió ni para una cosa ni para otra. Pero en enero de 2015, cuando escribía colaboraciones escasas en Cinco Días y El País, Mariano Tovar contactó conmigo porque en el As estaban pensando en montar una sección de NFL.

No me lo podía creer. Era poco menos que el sueño de mi vida.

Tovar me invitó a charlar al periódico. Entré en aquella sala y, por Dios, poco menos que me vine abajo. Como el propio Mariano me contó tiempo después, “fuiste el último que entró aquí como si esto fuese un museo”. Y tenía razón. Supongo que para los más jóvenes no tiene el aura mágica que sí tenía para mí. Ver el logo, ver pasear a gente que llevaba 20 años escuchando y leyendo. Era surrealista. Me sentía ajeno a mí mismo.

Congeniamos de inmediato, Tovar y yo. Me dijo que no me hiciera ninguna ilusión y le dije que ya era tarde. Que en esa sección NFL no iba a escribir una vez por semana, que iba a mandarle material todos los días, que me daban igual las condiciones, que me daba igual todo. Hubo un momento en el que, creo, ninguno de los dos dudó en que nos habíamos encontrado en el momento preciso.

Y, así, en marzo de 2015, el 19 si no me equivoco, justo el mismo día que empecé en La Nueva España en 2008, entré en el Diario As. Pepe Rodríguez, Diario As. Juro que me dio igual todo. Todo. No miré nada más. Nada más me importaba. Ya he usado la palabra sueño, perdón por repetirme.

El tiempo que duró la sección NFL tal y como la concibió Mariano es, junto con los primeros cinco años de La Nueva España, ese oasis imposible del trabajo que es, a la vez, pasión y placer. Presumiré el resto de mi vida de lo que allí hicimos. Del día a día, de los artículos, de las guías, de los podcasts. Fuimos los putos amos y reto a cualquiera que lo dude a que pregunte a nuestros lectores y oyentes. No es chulería, solo que no gasto falsa modestia.

No fuimos tan buenos como para dar buenos números. No, probablemente no. No soy quien para juzgar este aspecto ni guardo el más mínimo rencor a nadie al respecto. La vida es como es. Y se decidió que la sección debía cambiar. Es aquí donde empiezo con los agradecimientos, que antes os amenace pero es ahora cuando empieza lo jodido de la carta.

Fernando Díaz y Michel López de Toro se fueron a la calle y todo empezó a irse al carajo. Cómo los quiero a ambos. Qué tardes, qué risas, qué divertido haber compartido con ellos horas y horas de trabajo. Les agradezco cada minuto de aquellos años, cada juego de palabras del gitano y cada frikada del beisbolero. Parte consustancial de la sección fue, también, Mario Peña, amigo que lo será para siempre, porque es difícil hermanarse tanto con alguien como lo hice con él. Y, previamente, claro, Fernando Kallás, que antes de pasarse a fútbol fue uno de los nuestros, y siempre será uno de los míos.

Y no habríamos sido tan buenos sin la ayuda de Sergio Alberruche, de Pazos, de Robbie, de Zapico, de Luis Felipe, de Ivis, de Dani Hidalgo… de tantos que me olvidaré y que estuvieron, en algún momento u otro, trabajando con nosotros, o metiendo bulla en las Fantasys. Perdón a los no nombrados, que voy de memoria.

O esos que siempre estuvieron ahí para charlar y echar una risas. Puedo presumir del privilegio de conocer a mi adorado Carlos Forjanes, a Agustín Martin, a Manu de Juan, a Paul Reidy, a ese crack que es David Sanchidrian, al mejor periodista deportivo de España y que responde al nombre de Juan Jiménez, a Matilla, a Vasco, a Rober, al que Corre con un Megáfono, a Cristo, a Bellón, a Leiva, a Ezquerro, a Albarrán, a Álvaro Carrera, a Rebeca, a Falcón, a Payá, a Mela, a Manolete, a Matallanas, a Marta Peleteiro, a Robato, a Nieto, a Aritz, A Amalia, a Clara Pardo… jo, me voy a olvidar de la mitad y me va a dar una rabia inmensa mañana.

Tengo que agradecer a Juan Gutiérrez (Guti) y a Jesús Mínguez su confianza, respeto y aplauso por mi trabajo, cosas que siempre me concedieron. Los dos se convirtieron en mis jefes y no puedo por menos que sentir gratitud por cómo me trataron en tiempos que no fueron fáciles y cómo me hicieron sentir que valía para ésto, que me estimaban como periodista y que confiaban en mí.

De la misma manera, tengo que dedicar un párrafo a mi Manu Barrios. Es mi amigo, para también es Subdirector del Diario As. Y no ha habido una conversación con él, en el plano profesional, en la que no me insistiera para que me sintiera importante, querido, valorado. En el plano personal ya no, porque hay veces que merece una buena colleja por sus gustos musicales, pero creo que le voy a perdonar.

La sección de baloncesto se convirtió en mi segunda casa. Y por eso Pini, Raquel, Ricardo, Manu y Mike tienen que ser tratados en un aparte. Espiritualmente, acabé siendo de ellos. Físicamente, tambíen; sentado a su vera. Han tenido que aguantarme muchas gilipolleces, muchas, así que los agradecidos son ellos de perderme de vista.

No está nombrado Sergio Andrés ahí, porque éste es otra historia. Quizás algún día haya que contar lo que cambió nuestras vidas el pasarnos todo un año trabajando juntos y, por lo tanto, hablando mucho, desayunando en modo tertulia, y lo que significó para el impulso de los proyectos de ambos. Ninguno de los dos seguimos hoy en el periódico y no se debe pasar por alto que los seres humanos, sociales como somos, nos vamos apoyando los unos en los otros en argumentos y andamios de confianza. Mi millenial favorito lo sabe bien. No puedo quererle más.

Tampoco está nombrado Juanma Rubio porque… porque sé que esto le va a molestar, pero que se joda. Que aguante un poco de esta mierda sensiblera. Podría haberme hecho amigo de Juanma en la guardería, si hubiésemos coincidido; en el colegio; en un bar entrando a la misma chavala, y fracasando por igual; en una pelea en la que acabaríamos invitándonos a cubalibres, ensangrentados; en la universidad; en un concierto; en una fiesta patronal; en el dentista. No tiene la más mínima importancia, porque en el mismo momento en el que nos cruzáramos, seríamos amigos. Es así. Tuvo que ser en el As, pues sea.

Admiro a Juanma. Escribe de putísima madre. Sabe lo que ha de hacer. Es un periodista del tamaño de las fiestas de Salamanca. Es el director de una sección modélica. Tiene eso que muchos han olvidado que es la esencia de todo buen profesional de este negocio: lee. Y lee lo que debe leer, cómo debe leer, aprende cada día y lo demuestra. Es el más grande, y me tiene para lo que mande. A sus pies.

Iba a poner un párrafo diciendo que es un gilipollas por tal y por cual, para hacer risas y para que no se sienta tan incómodo como acaba de sentirse, pero que le den. Que se aguante.

Y, claro, por supuesto, esto no se puede acabar sin Mariano, sin Tovar. Mariano Tovar. Ya lo he nombrado, porque este relato sin él no tiene sentido, pero aún no le he dado las gracias.

Gracias, Mariano, mil millones de gracias. Porque la fe que demostraste en mi fue inconmensurable, porque trabajaste por el proyecto como un absoluto titán, porque ideaste, pusiste en marcha y mantuviste una sección, un empeño, del que estaré orgulloso el resto de mi existencia, porque me escuchaste en cada tontería que dije, me hiciste caso, me tuviste en cuenta, me concediste cada maldita cosa que te pedí y porque tú, tú en primera persona, me has puesto en el sitio que estoy ahora mismo. Nada de todo lo bueno que ha sucedido tiene sentido sin ti. Nada. Y no sé cuánta gente te lo agradece pero, que te quede muy claro, yo sí. El primero. Y para siempre.

Se acabó. Tres años y medio como periodista del Diario As. Si me lo cuentan, jamás lo habría creído. Sólo deseo a todos los que se quedan, a toda la casa en general, éxitos en el futuro. Ahora, sólo miro hacia adelante.

Ha sido un inmenso placer y con orgullo diré que yo escribí en el As.

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